Por Edgardo Arias. Domingo por la mañana. En el noticiero están haciendo una cobertura completa y colorida sobre la Media Maratón de Buenos Aires, que es una de las más importantes del mundo. Sin embargo hoy también, desde las diez, habrá otra carrera que no va a salir en ningún medio ni tendrá repercusión en redes sociales. Pero que para mí es mucho más significativa. En el Barrio 21 de Barracas, uno de los barrios populares más grandes de la Ciudad, se celebrará una nueva maratón infantil.
Cada año, la Iglesia Nuestra Señora de Caacupé junto a los vecinos, organizan esta competencia para festejar el Día de las Infancias. La cita es el último domingo de agosto y solo se suspende por lluvia. Hay premios para todos los participantes, trofeos para los ganadores, y para el cierre: música y chocolate caliente.
La mañana empezó con una energía diferente. Las primeras luces del día iluminaban las calles que en poco tiempo estarían llenas de risas y zapatillas gastadas. Desde temprano, los colaboradores ajustaban los últimos detalles para lo que sería una fiesta.
Los protagonistas comenzaron a llegar. Niñas y niños de todas las edades, con sus padres, hermanos y hasta abuelos. Algunos estaban nerviosos, otros llevaban la determinación de quien ya corrió en años anteriores. Renata, de ocho años, participaba por primera vez y estaba muy ansiosa. Su madre aseguró que se levantó muy temprano y que “ella misma se preparó un look colorido”, para la ocasión.
Finalmente, el Padre “Toto" tomó el micrófono para dar la bienvenida. Con un breve pero emotivo discurso, recordó a todos que no se trata de ganar, sino de disfrutar y celebrar la niñez. Un estallido de aplausos marcó el inicio. Las diferentes categorías van desde los cinco años hasta los catorce. Primero corrían los más chicos, quienes avanzaban con una mezcla de torpeza y entusiasmo. Luego los más grandes con pasos más decididos, mayor destreza y con un nivel de competitividad que sorprende. Quizás, para evitar las cargadas para los que lleguen en los últimos lugares.
El recorrido atravesó las calles, algunas empedradas, otras de asfalto y los pasillos más amplios que guardan historias de todo tipo. A medida que los niños avanzaban, las paredes del barrio parecían cobrar vida. Algunos vecinos, desde sus ventanas, o desde las veredas aplaudían y agitaban los brazos en señal de aliento. Otros corrían al lado de los más pequeños, guiándolos con palabras dulces. Había algo en el aire, algo que va más allá de una simple competencia: era la comunidad corriendo junta, abrazando la idea de que cada paso es un sueño que se persigue.
La meta se dibujó al final de la calle principal. Poco a poco, los primeros fueron llegando, algunos más cansados que otros, pero todavía con fuerzas para los últimos metros. Las medallas estaban listas en el escenario principal. Todos se llevarían un juguete que fue donado o recolectado en las semanas anteriores. Pero más allá de los premios, lo que queda es la sonrisa, la satisfacción de haber corrido junto a amigos, vecinos, y de haber sentido que, al menos por un día, el barrio entero corrió junto a ellos.
La tarde terminaba y la adrenalina comenzaba a bajar. Sin embargo, la gente seguía reunida, recordando lo que fue otra exitosa maratón infanto-juvenil en el Barrio 21. Los niños, ya agotados, se sentaban a compartir una merienda, comentando entre risas sus “hazañas” del día. Y aunque el evento había finalizado, el espíritu de la jornada nos recuerda que en este barrio, correr es soñar y soñar es vivir.